Hace unos pocos días un amigo me invitó a dar un paseo por unas montañas cercanas, a lo cual con gusto accedí. Cuando entré en su coche me sorprendió enseñándome un teléfono móvil nuevo, pero de formato "monoblock" y con teclado, como "los de siempre", así como una pequeña pantalla TFT a color, sin mucha resolución pero más que suficiente no solo para distinguir información, sino también para ver alguna que otra fotografía.
Me explicó, sonriente y muy contento: "¿has visto? Una semana dura la batería". Había cambiado su smartphone por un teléfono convencional, sin Wi-Fi, sin GPS, sin conexión a Internet, sin tonterías varias "ni pitos ni flautas". Desde que lo había adquirido se sentía no solo totalmente satisfecho con el móvil (ya no smartphone), sino que, además, había ganado muchísimo en tranquilidad y calidad de vida, sin tener que preocuparse cada pocas horas en si tenía que recargar la batería del smartphone, o si tenía mensajes pendientes sin leer, qué había hecho determinada persona en Facebook o si tenía poca carga.