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Mi primera calculadora


Eran los años ochenta y mi hermana trabajaba para unos señores que tenían una tienda de electrónica. Era un comercio muy popular en la ciudad, de esos que durante los setenta, y sobre todo los ochenta, experimentaron un gran augue hasta que la llegada de los chinos inundando el mercado con sus productos de usar y tirar, y las continuas quejas por los productos de mala calidad de ese país asiático, acabaron con todo este tipo de negocios.

A veces solían darle algún que otro producto de marketing, y un día llegó a casa con esta pequeña calculadora a pilas. Me la dió, sabiendo mi afición por estas cosas, y lo mucho que había deseado tener por fin una calculadora. He de decir que la calculadora me sirvió de gran utilidad, de hecho llegué a estudiar con ella -en mi casa ni soñar con tener una calculadora científica-, y recuerdo que su pequeña pila (una "G10", V10GA o LR54) le duró muchísimos años. Hace bastante tiempo le retiré la pila y guardé la calculadora.

La libreta roja de los secretos


A veces nos sobrevuelan ideas sobre la cabeza que queremos desarrollar a posteriori, bien sea para un libro o, los que solemos escribir blogs, para un artículo o reportaje. Son titulares sueltos, o temas sobre los que tratar.

Solía escribirlos en el móvil, usando el sistema de notas, pero cuando vas acumulando muchas resulta un caos, de manera que a veces tenía que ir borrando notas antiguas o guardándolas en el ordenador, por lo que me encontraba en ocasiones con titulares pendientes de desarrollar que no recordaba (y que no podía consultar sin tener el ordenador). Como mi memoria es bastante débil, a veces podía darse el caso que no sabía si aquella nota ya la había abordado, o había escrito sobre ella.

El sonido de un reloj


Por las mañanas cuando voy a la Iglesia se suele sentar delante de mí un anciano, de pelo cano y que sigue la Santa Misa en silencio. Al principio notaba que, cuando él se arrodillaba al llegar, emergía un sonido muy característico e inconfundible, proveniente de su muñeca: el tic-tac de un reloj de cuerda. Debe ser por nuestra posición, que dirige el sonido directamente a mis oídos, porque cuando se sienta el anciano ya no se escucha. Nunca solía agradarme el sonido de la maquinaria de esos relojes, pero admito que en esos momentos me resulta sumamente agradable, como si escucharas una voz familiar. Aún así, prefiero ese constante "tic-tac" que el "tuk...., tuk...," anodino e imprevisible de las agujas de los analógicos de cuarzo. Al ser casi constante, el tic-tac es más "digerible".

Ya apenas se escucha hoy ese mecánico sonido, es uno más de los que están desapareciendo, y ha sido sustituido por el estridente y soporífero sonido de las tonos de llamadas de los smartphones que nos sobresaltan por todas partes.

La agradable sensación de estrenar cuaderno


Con la invasión de la tecnología, tablets y ordenadores, seguro que a más de uno se le ha olvidado el placentero momento de estrenar un cuaderno. Recuerdo de pequeño el abrir aquella inmaculada hoja de lo que por entonces denominábamos simplemente "libreta", con sus renglones de dos rayas todavía por estrenar. En el pueblo íbamos a adquirirlas a una tienda de ultramarinos, y cada una de ellas, con un dibujo (o fotografía) diferente en el frontal, era todo un descubrimiento. Siempre me decía a mí mismo que la cuidaría, e incluso que coleccionaría su ilustración del frontal. Por supuesto, antes de llegar a la mitad de sus hojas ya estaba el cuaderno destrozado.

En los ochenta, cuando la moda punk y la música techno nos invadía, nuestro reloj pasó a ser digital y los cuadernos pasamos a llamarlos "blocs", que sonaba más moderno. De las dos sencillas grapas de aquellas humildes libretas (en donde, milagrosamente, nos cabían cinco horas diarias de clase: en mi caso de ocho y media a doce y media, y de dos y media a cuatro y media, para acabar antes en los días de frío invierno y darles tiempo a los que llegaban en autobús desde las aldeas, y que no tuvieran que regresar a sus casas con la noche demasiado caída) nos pasamos a aquellos cuadernos de espiral (¡qué gran invento, los muelles metálicos!).

Economía de escala (o por qué las bombillas que fabricamos aquí se venden en China)


Tengo un amigo que posee un taller, en el cual se dedica a la construcción y montaje de diferentes elementos arquitectónicos para servir de decoración y utilería. Él siempre defiende los productos de origen español y a los proveedores españoles, e intenta adquirir las piezas que él no puede construir, así como las piezas accesorias, siempre en proveedores regionales y, de no ser posible, en proveedores nacionales. De esta forma intenta proteger no solamente el producto español, sino el trabajo hecho por mano nacional.

Pero hace unas semanas, mientras conversábamos me decía que estaba intentando encontrar unas piezas para uno de sus modelos que no encontraba por ningún sitio, y que él creía que quizá incluso ni se producirían cosas como la que buscaba. Me comentaba que estaba sopesando el producir esas piezas él mismo, aunque eso le fuese mucho más caro. Las piezas que él pensaba producir serían de aluminio y para ello tendría que adquirir grandes listones de ese metal. Luego, a otro proveedor, encargarle cortarlos a determinadas medidas y con determinadas formas, y hacer finalmente él mismo la terminación y el acabado.