Por las mañanas cuando voy a la Iglesia se suele sentar delante de mí un anciano, de pelo cano y que sigue la Santa Misa en silencio. Al principio notaba que, cuando él se arrodillaba al llegar, emergía un sonido muy característico e inconfundible, proveniente de su muñeca: el tic-tac de un reloj de cuerda. Debe ser por nuestra posición, que dirige el sonido directamente a mis oídos, porque cuando se sienta el anciano ya no se escucha. Nunca solía agradarme el sonido de la maquinaria de esos relojes, pero admito que en esos momentos me resulta sumamente agradable, como si escucharas una voz familiar. Aún así, prefiero ese constante "tic-tac" que el "tuk...., tuk...," anodino e imprevisible de las agujas de los analógicos de cuarzo. Al ser casi constante, el tic-tac es más "digerible".
Ya apenas se escucha hoy ese mecánico sonido, es uno más de los que están desapareciendo, y ha sido sustituido por el estridente y soporífero sonido de las tonos de llamadas de los smartphones que nos sobresaltan por todas partes.
Los que tengáis mas edad recordaréis también aquellos años en donde la relojería de cuarzo comenzaba a invadir el mercado, con sus relojes a pilas. Muchas personas (y no tan mayores a veces) instintivamente se llevaban la muñeca a la altura de la oreja para poder verificar, como si auscultasen los latidos de un corazón, que su reloj seguía en funcionamiento, sin darse cuenta que, como reloj electrónico, no necesitaba de cuerda.
Ese gesto, tan habitual antaño, también ha desaparecido. En las estaciones de tren o autobús era fácil ver que los viajeros, impacientes, intentaban comprobar que su reloj funcionase "revisándolo" de esa forma. Eran tiempos en los cuales funciones como el indicador de reserva de marcha, o calibres de movimiento automático, estaban bastante alejados del poder adquisitivo de la mayoría de gente de clase obrera.
Supongo que ese es un gesto más de otra época que ha caído en desuso, innecesario ante los relojes y dispositivos conectados vía satélite o por Bluetooth de hoy, que no requieren de nuestra intervención y que es muy difícil, si es que no están estropeados, que ofrezcan la hora de manera errónea.
Puede que sea por comodidad. Cuando le preguntas a algún anciano por qué usa un reloj de cuarzo y si no echa de menos su antiguo reloj de cuerda, te responde que si estás loco, que eso de tener que estar pendiente de darle cuerda cada día, y de ponerlo en hora, es un despropósito. O por lo menos así opinan algunos. Y puede que sea así, porque a la molestia misma de hacerlo hay que añadir que su memoria no es la que era, y que fácilmente se les olvida. Y si a un reloj mecánico lo tienes varios días sin darle cuerda y sin ponerlo en hora ya no será útil para nada.
Pero aún así, dicen que los seres humanos somos gente de rutinas. Como la misma palabra en programación, nos gusta llevar unas pautas y seguirlas, porque ello nos da una cierta seguridad, una sensación -por lo menos aparente- de que tenemos el control sobre algunas cosas. Y este anciano que os contaba, a pesar de desdeñar el recurrir a un reloj mecánico de muñeca, seguía cada mañana la misma rutina, y entre ella se encontraba el darle cuerda a un reloj de mesa nada más levantarse de la cama, aunque el reloj fuese tan antiguo y estuviese tan descuidado que nunca tenía la hora correcta. Inexplicablemente él seguía dándole cuerda, como si el no hacerlo le hiciera sentirse mal o le diera la sensación de que le faltaba algo. Sólo en sus últimos años de vida dejó de hacerlo.
Quizá es lo que nos gusta de los mecánicos, su dependencia de nosotros, como una mascota con engranajes o un autómata contemporáneo. Una relación tan estrecha que crea un vínculo especial que no tienen -o del que carecen en gran medida- los relojes a pilas. Sin olvidar, por supuesto, el aspecto ecológico o medioambiental. Y por eso nos gustan tanto y, en parte, los echamos de menos cuando tenemos que prescindir de ellos o vemos que ya dejan de ser realmente útiles. Una relación casi de confianza mutua, de entrañable cariño y ternura. Algo que los de cuarzo, más fríos, indiferentes e independientes, no pueden llegar a ofrecer.
| Redacción: Duraderos.esRevistas.com