La agradable sensación de estrenar cuaderno


Con la invasión de la tecnología, tablets y ordenadores, seguro que a más de uno se le ha olvidado el placentero momento de estrenar un cuaderno. Recuerdo de pequeño el abrir aquella inmaculada hoja de lo que por entonces denominábamos simplemente "libreta", con sus renglones de dos rayas todavía por estrenar. En el pueblo íbamos a adquirirlas a una tienda de ultramarinos, y cada una de ellas, con un dibujo (o fotografía) diferente en el frontal, era todo un descubrimiento. Siempre me decía a mí mismo que la cuidaría, e incluso que coleccionaría su ilustración del frontal. Por supuesto, antes de llegar a la mitad de sus hojas ya estaba el cuaderno destrozado.

En los ochenta, cuando la moda punk y la música techno nos invadía, nuestro reloj pasó a ser digital y los cuadernos pasamos a llamarlos "blocs", que sonaba más moderno. De las dos sencillas grapas de aquellas humildes libretas (en donde, milagrosamente, nos cabían cinco horas diarias de clase: en mi caso de ocho y media a doce y media, y de dos y media a cuatro y media, para acabar antes en los días de frío invierno y darles tiempo a los que llegaban en autobús desde las aldeas, y que no tuvieran que regresar a sus casas con la noche demasiado caída) nos pasamos a aquellos cuadernos de espiral (¡qué gran invento, los muelles metálicos!).




Los cuadernos aguantaban más nuestro devenir, y se hicieron más grande ("tamaño folio", les llamábamos; solo mucho tiempo después supimos que aquello era A4) y más numerosos. Las distintas clases hicieron que tuviésemos que llevar con nosotros cinco "blocs" o seis. Para mí fue todo un alivio ver que en la ciudad las clases empezaban a las nueve de la mañana (¡media hora más de sueño!, ¡cómo se notaba!), y que había algo así como jefe de estudios, tutor, director de colegio... Cuando realmente antes nuestra vida escolar giraba únicamente en torno a una profesora o profesor.

Creo que esa placentera sensación la fuimos dejando atrás con el resto de estudios superiores: la vorágine de exámenes, exigencias, problemas de adulto... Hicieron que casi ni prestásemos atención a cuando estrenábamos cuaderno. Acudíamos a la librería o al centro comercial, y ante aquella galaxia de coloridas tapas de blocs solo prestábamos atención a su grosor, dónde nos cabría más materia, o cual tenía mejor relación calidad/precio para poder exprimir nuestro dinero. Lo del color era algo secundario, aunque yo huía de los azules, verdes, marrones... Y si podía elegir me inclinaba por los rojos, blancos, negros, amarillos, grises...


Recuerdo especialmente dos colores que pocas veces he vuelto a dar con ellos en un cuaderno, y que en su día me motivaban especialmente: uno era un amarillo oscuro, casi anaranjado. Lo usaba de pequeño y creo que era en la clase de religión, mientras veía el cuadro de un señor, a toda página, en el libro: San Pablo. Creo que era de marca Centauro. El otro era un blanco-grisáceo, con rebordes blancos. Este no recuerdo la marca, aunque lo usé en el Segundo Ciclo.

Hoy, gracias a los logbooks, y en parte gracias también a que se me han ido estropeando un pendrive tras otro y quiero tener cosas grabadas que no corran peligro y que no tenga que depender de un enchufe para ver lo que hay guardado y, además, porque un logbook te facilita el tener mucho texto guardado en poco espacio, he vuelto a redescubrir el placer de volver a estrenar cuadernos. Algunos con apariencias tan vintage como los Mr. Miquel Rius, con ese estilo y diseño de los antiguos cuadernos que ya usaban muchos en los sesenta. Otros, como los TuttiConfetti, tan coloridos y divertidos como los que nosotros usábabamos en la era del pop, en los ochenta.


Espero con ansia que MiquelRius lance alguno en blanco y gris, en naranja y negro, en rojo y blanco..., que son algunas de mis combinaciones preferidas. Y gracias a sus tapas robustas, sé que durarán. Hoy podemos volver a disfrutar escribiendo en este atractivo formato, una especie de A6 realmente cómodo, ideal para guardar, e ideal para soñar.


| Redacción: Duraderos.com / Duraderos.blogspot.com

1 comentario :

  1. Es indescriptible esa sensación. El olor del papel, las hojas tersas e inmaculadas. Me encanta.

    Como bien apuntas, con el tiempo, sobre todo del instituto para arriba, donde la escritura se vuelve una obligación, ese placer se va perdiendo. En realidad, ocultando. En mi caso lo retomé después escribiendo en papel relatos, y parrafadas, y después en el mundo laboral.

    Por cierto que en la oficina me he pedido una MiquelRius siguiendo tus consejos, y de momento muy contento.

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