Curiosidades (y rarezas) en torno al mundo del automóvil en España


Hay ciertos datos que, por sí solos, llaman bastante la atención, y el mundo del automóvil - y el tráfico rodado en general - es una auténtica mina respecto a estas cosas. Por ejemplo, el primer semáforo de España se colocó en Madrid, y estaba situado entre el cruce de la Gran Vía y la calle de Alcalá. Esto ocurría en el año 1926. Barcelona tendría que esperar tres años para que los catalanes viesen el primer semáforo en sus calles, fue en 1929 y en la Ciudad Condal se colocó en la intersección que formaban las calles Balmes y Provenza. Allí también se instaló el primer paso de cebra de Barcelona. Antes de él, la gente cruzaba "donde quería", claro que también es verdad que para ver un coche pasar había que armarse de paciencia. Tanto es así que me contaban cómo, en mi pueblo, los niños jugaban a la pelota en plena carretera nacional, algo impensable hoy en día, por supuesto. Cuando escuchaban - a lo lejos - el ruido de un motor, simplemente se apartaban, dejaban pasar el coche, y volvían a hacer rodar el balón.

Y es que no era algo sencillo. Al lado del semáforo se colocaba un policía local ordenando el tráfico, para que la gente hiciera caso a la señal luminosa, y los coches también (de otra manera, ni se detenían). Para intentar mejorar esta situación y reducir el caos que generaba "semejante instrumento", el ayuntamiento publicaba anuncios en la prensa explicándoles a los barceloneses (y madrileños) cómo funcionaban esas cosas del "semáforo", y lo que había que hacer ante sus señales.




Las cosas han cambiado: Barcelona hoy posee más de 36.000 semáforos, y más de 11.000 pasos de peatones.

Otro detalle interesante de Barcelona es el que firma su arquitecto más famoso: Gaudí. En la futura Pedrera (Casa Milá) construyó un subterráneo para albergar coches de caballo y vehículos motorizados, y fue el primer aparcamiento subterráneo como tal.


Pero ni Barcelona ni Madrid pueden llevarse el protagonismo de ver el primer vehículo en sus carreteras, este honor lo tiene Vitoria, en donde rodó el primer coche a motor en 1906. Y si de hace 100 años hablamos (113 en realidad), por aquella época no había gasolineras, sino que había que acudir a las farmacias (o droguerías) por el preciado combustible. Un coche de entonces consumía en torno a los 30 litros de gasolina cada 100 kilómetros, lo que nos da más de 3 litros de gasolina por kilómetro. Por supuesto, de carreteras asfaltadas ni hablemos, las mejores - con suerte - estaban adoquinadas, y las que no eran simples firmes de barro.


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