Las clepsidras (relojes de agua) eran conocidos por los egipcios, quienes le atribuyen su invención a Cteribio. Pare parecen haber sido los chinos quienes lo inventaron primero, quienes lo mencionan como una de sus más notables invenciones. De Egipto pasaron a Grecia, pues, y de allí a Roma.
Las clepsidras eran raras en Roma; pero había algunos de lujo. Como era necesario renovar con frecuencia el agua, en las casas más ricas había un esclavo específicamente encargado para este menester, para que, fuera de noche o de día, los señores de la casa pudieran conocer la hora que era.
Luego comenzaron a introducirse diversos artilugios a los clepsidros. Se estudió la manera de hacer llegar el agua a una determinada altura por medio de muelles, que ponían en movimiento cierto número de aparejos, los cuales producían un curioso efecto.
En Gasa había a finales del siglo IV un reloj de ese tipo, que era considerado como una verdadera maravilla. Las doce horas eran marcadas por otras tantas figuras alegóricas a los doce trabajos de Hércules. Cuando llegaba cada hora, aparecía uno de los trabajos.
Los árabes llegaron también a hacer maravillas con esa complicación. Entre los regalos que el kalifa Harun-al-Raschid envió a Carlosmagno figuraba una clepsidra de bronce, donde las horas eran marcadas por unas figuras de caballeros, que aparecían y dejaban caer unas bolas de oro sobre una campanilla de plata.
Hacia mediados del siglo X se inventó un medio de medir el tiempo, sirviéndose de ruedas dentadas movidas por pesos, esto es, el reloj de pesos, que no poseía péndulo. Según se cree, su inventor fue el famoso fraile francés Gerberto que, con el andar de los tiempos, subió al trono pontificio con el nombre de Silvestre II, el cual, estando acompañado en España por el conde Borrel de Barcelona, visitaron las escuelas árabes de Córdoba, que estaban en todo su esplendor, y allí aprendieron las ciencias que la Europa de la época desconocía y que deslumbraba a sus contemporáneos, consiguiendo llegar al pontificado.
Después de Gerberto nuevos artífices -frailes y monjes en su mayoría- perfeccionaron el mecanismo y fueron quienes construyeron los relojes de pesos más complejos, algunos de ellos verdaderamente admirables por sus complicaciones.
Uno de esos relojes estaba en Luden, población de Suecia. Dos caballeros, vestidos con armadura completa, se presentaban cuando las horas sonaban, y a la vez se batían en un duelo de espadas, haciendo chocar las mismas tantas veces como la cantidad de horas tenían que sonar. Después, se presentaba la Virgen María con el niño Jesús en brazos, y recibía la visita de los reyes Magos. Dos trompetas, finalmente, anunciaban el fin de la escena.
En la catedral de Estrasburgo había, en el siglo XIV, un reloj que se consideraba una verdadera maravilla de Alemania.
A pesar de todo, los relojes de pesos no marcaban con precisión el tiempo hasta que, en el siglo XVI, Galileo inventó el péndulo y sus correspondientes leyes durante una visita a la catedral de Pisa (1). Fue gracias a ello que, desde entonces, el arte de la relojería comenzó a experimentar progresos admirables.
En 1673, el holandés Huyghens inventó el muelle en espiral, que venía a sustituir los pesos y el péndulo, y como el arte de fundición y perfeccionamiento de las pequeñas piezas había avanzado mucho, el progreso fue extremadamente rápido.
Igualmente fue muy rápida la fabricación de los relojes de bolsillo. Se tienen datos que confirman que ya se usaban en el siglo XV, pero aún hoy en día se desconoce cuál era el mecanismo que se utilizaba.
En 1500, Peters Hele construía en Nuremberg relojes de bolsillo, con una forma ovoide (de huevo) que recibían, por ese motivo, el nombre de "huevos de Nuremberg".
Sin embargo, antes que Huyghens inventase el muelle en espiral, esta rama de la relojería de bolsillo no avanzó demasiado.
En 1766 el inglés Barlon inventó los relojes de repetición, y en 1750 también el inglés Harrisson construyó los primeros cronómetros.
En los últimos siglos los enormes avances sufridos por la industria relojera han permitido que los relojes mecánicos estén hoy al alcance de todos los bolsillos, y no solo de unos pocos privilegiados o siendo un instrumento muy difícil de poseer, como antaño lo era.
(1): Un día del año 1583, mientras Galileo Galilei se encontraba en la catedral de Pisa, siendo aún estudiante, le llamó poderosamente la atención las oscilaciones que experimentaba una lámpara de aceite que pendía del techo, y observó que el tiempo que tardaba en completar una oscilación era aproximadamente el mismo, aunque la amplitud del desplazamiento iba disminuyendo con el tiempo. Como Galileo no tenía con qué medir los intervalos, para medirlos y verificar su observación usó como patrón su propio pulso.
Un péndulo podía usarse para medir pulsos o actuar como un metrónomo para estudiantes de música: sus balanceos medían intervalos de tiempo regulares. También en medicina: Santorio, un físico de Venecia y contemporáneo de Galileo, comenzó a usar un péndulo corto (al que llamó "pulsilogium") para medir el pulso a sus pacientes.
¿Podría usarse también para mejorar los relojes? El reloj mecánico, que usaba un cuerpo pesado para proporcionar el movimiento, comenzó a desplazar al reloj de agua en la Edad Media. Por sucesivas mejoras, el sistema se había hecho más pequeño y más fiable. Pero la precisión de los mejores relojes de la época era todavía demasiado mala para, por ejemplo, tener utilidad en astronomía. No solo se adelantaban o retrasaban, sino que además lo hacían de una forma irregular e impredecible. ¿Podría añadirse un péndulo al mecanismo de escape de un reloj que sirviera de regulador?
Así que, en 1641, cuando Galileo tenía 77 años y estaba ya totalmente ciego y viendo acercarse el final de su vida, decidió afrontar este importante problema de la relojería, dirigiendo todos sus esfuerzos a que sus trabajos sobre el péndulo sirvieran para la fabricación de un reloj que pudiera ser mucho más preciso. Su primer biógrafo, Vincenzo Viviani, lo cuenta así:
"Un día de 1641, cuando yo vivía con él en su pueblo en Arcetri, recuerdo que se le ocurrió la idea de que el péndulo podría ser adaptado a relojes con pesos, sirviendo en lugar del habitual 'tempo', confiando en que el movimiento natural y uniforme del péndulo corregiría todos los defectos del arte de los relojes. Pero dado que estaba privado de la vista, no pudo hacer dibujos y modelos del efecto deseado, y le contó a su hijo Vicenzio que venía un día de Florencia a Arcetri, su idea, y discutieron sobre ella. Finalmente decidieron un esquema que debería ser puesto en práctica para aprender de las dificultades que aparecerían y que no se habrían previsto por la teoría". ("Galileo Galilei", de Manuel Campuzano Arribas).
Vivani escribió esto en 1659, diecisiete años después de la muerte de Galileo y dos años después de que fuera publicado el "Horologium" de Christiaan Huygens, en el que su autor describía su reloj de péndulo.
| Redacción: Duraderos.cc