Hace unas semanas despertábamos con la noticia del lanzamiento del cohete de la India en su intento por alcanzar la Luna en septiembre. Así, India se convertiría en uno de los pocos países (solo han llegado Estados Unidos, la URSS, China y Japón) en repetir la hazaña de llegar a la Luna (ya lo hizo con el Chandrayaan-1 en 2008).
Me llamó la atención el enorme contraste de una misión espacial de este calibre, con la realidad que viven - y padecen - las gentes de la India. Esta misma mañana la cadena RT emitía un documental sobre la vida de las mujeres indias. Muchísimas ancianas tienen que alojarse en centros de acogida en condiciones penosas, en instituciones de caridad, porque cuando se quedan viudas sus hijos las echan de casa. La mayoría de las mujeres indias no pueden elegir con quién casarse, es el hombre quien decide y escoge mujer. Por eso, no es extraño que en numerosas ocasiones las parejas aborten cuando constatan que están esperando el nacimiento de una niña.
Sin recursos ni posibilidades de subsistir, las ancianas o las mujeres que son abandonadas por sus maridos, solo tienen como salida la mendicidad, la pobreza y el abandono.
No quiero ser demagogo, pero estoy seguro que si el gobierno indio hubiese invertido la mitad de ese dinero que han puesto en su carrera espacial (y armamentística, por cierto), se podrían solucionar esos otros problemas sociales más perentorios, o al menos paliar sus dramáticas consecuencias.
De no ser así, uno no puede menos que preguntarse: "¿Por qué lo hacemos?". ¿Qué sentido tiene salir al espacio, explorar otros mundos incluso, si no le damos solución a la dramática situación que viven muchos millones de personas en este planeta? ¿Es que queremos exportar nuestro modelo egoísta y codicioso a otras civilizaciones? ¿Qué le aporta eso, en realidad, a las gentes de la India?
Que nadie me malinterprete: soy el primero en defender la exploración espacial. He escrito mucho sobre ello, y precisamente algunas de mis novelas que tratan sobre ese asunto son best-sellers en Amazon. Pero no de esta forma.
Ese tipo de gobiernos, como el indio, me recuerdan mucho a esos malos padres de familia que le pagan los caprichos a uno de sus hijos, que le compran el último modelo de deportivo, mientras dejan que su hija se quede anclada en la habitación de un hospital por no pagarle la operación que necesita. Son gobiernos con su escala de valores y su rango de prioridades totalmente desviado. Imagínate que un padre de familia decide comprarle a su hijo juguetes para ir a la playa, o viajes en avión para ver atracciones alrededor del mundo, en lugar de libros para estudiar o una buena alimentación. ¿Qué diríamos de tales padres? Sin duda les acuñaríamos como poco el término de locos.
Y sin embargo, la mayoría de medios de comunicación califican la llegada de la India a la Luna como una hazaña. ¿No es este un síntoma de una sociedad totalmente pervertida, que consiente el sufrimiento gratuito y el abandono de miles de madres y ancianas, y que prefiere mirar hacia otro lado?
Estoy seguro que, aparte del orgullo patrio y el engreimiento, poco más va a colaborar esa misión al bien de nadie. Menos de la humanidad, porque, ¿qué es ese bien? ¿Ese bien no sería atender a esos millones de personas necesitadas en la India? Para eso no era necesario salir al espacio.
Mientras Barcelona era seleccionada como sede de los Juegos Olímpicos del 92, y las celebraciones recorrían toda la ciudad Condal; mientras el príncipe (ahora rey) lucía palmito saludando sonriente y jovial, y sus hermanas lloraban emocionadas en las gradas, el hermano Jal atendía en las mismas esquinas de la ciudad a los hambrientos, drogadictos y prostitutas del Barrio Chino, dejados a su suerte y abocados a un incierto y desgraciado final. Nos prometían que las Olimpiadas traerían muchísima riqueza a la región, a los taxistas se les sugería aprender idiomas ante la avalancha de turistas y extranjeros que iban a llegar.
Unos meses después, terminada la borrachera de los Juegos, un periodista entrevistaba a uno de esos taxistas. Éste decía que tras los cursos de idiomas y todos sus esfuerzos, apenas habían notado la diferencia de otros meses de verano. ¿Dónde se fueron los millones prometidos, los beneficios para la ciudad? A los bolsillos de los de siempre. Por supuesto, los más contentos lo estaban porque eran también los más beneficiados, el resto, los ciudadanos de a pie, los "currantes", no vieron ni un duro - aún existía la peseta - de todo aquello.
¿Por qué, entonces? ¿Por qué lo hacemos? Buscar alcanzar las estrellas a espaldas de los demás e ignorando lo que ocurre ante nuestras puertas es como querer ayudar a la humanidad dándole la espalda a esa misma humanidad. En el fondo puede que no sepamos ni lo que estamos buscando allí arriba, puesto que hemos olvidado lo que estamos haciendo aquí abajo.
| Redacción: esRevistas.com / esRevistas.blogspot.com
Son de esas contradicciones por las que se mueven los intereses. Aunque al final, creo que el fin importa.
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