Hay personas que cuidan y trabajan en cualquier lugar con sus máquinas mecánicas de coser. Al contrario que las manuales, pueden realizar sus labores en cualquier aldea remota o pueblo, sin depender de la electricidad ni de más elementos que una robusta máquina de hierro con engranajes, los cuales solo requieren una buena lubricación de cuando en cuando para ponerse a funcionar.
En pleno siglo XXI, con el auge de la informática, otros prefieren volver al pasado y mantienen, cuidan, reparan y trabajan con viejas máquinas de escribir. Hay incluso escritores que siguen realizando su labor en su cuarto, con el sonido renqueante de las varillas y robustas teclas de una máquina de escribir mecánica. Sin tener que apagar, esperar a que arranque o encenderla. O depender de enchufe alguno o de baterías que más pronto que tarde acaban de adorno y sin capacidad ninguna de carga.
Robustas piezas de metal provenientes de otra época, una época cada vez más lejana y con una filosofía - reparación, autonomía, independencia y mantenimiento propio - que por desgracia está desapareciendo. Los artilugios modernos no tienen nada de todo ello. Creados por y para alimentar al fabricante, muchas veces son construidos sin marca, o remarcados por otros. Da lo mismo, porque no importa el producto, sino el dinero de su venta y el hacer cada vez más, más y más, y también más débiles y caducos.
Antiguamente la marca del fabricante estaba bien visible, era un orgullo para la compañía, y los niños crecían fieles a esa marca. Eran de determinada compañía: Roch, Walther o Uni. Hoy la imagen de marca está restringida para un determinado mercado Premium y, aún así, muchas veces vacía de contenido: sólo es una marca "de apariencia", por el tirón histórico que tiene, no por su calidad, artesanía ni por sus productos únicos. Hoy se nos vende humo. Se nos engaña como a niños.
Muchos cuidan y miman su reloj mecánico, tal vez heredado, proveniente de unos tiempos en donde la relojería era una manufactura cara y bella. Perdurable - y nunca mejor dicho - en el tiempo. Impensable que tu reloj, por el que habías ahorrado meses y meses de sueldo, te durase un par de años. Los actuales dependen en muchas ocasiones de una pila de un dos o tres años de duración. Se busca el espectáculo de luces y sonido, en lugar de las prestaciones, funcionalidad y durabilidad.
Qué decir de las bicicletas, otro "artefacto" del pasado que está siendo malamente "actualizado". Una máquina maravillosa que nos permitía multiplicar nuestro esfuerzo, y doblar la velocidad de nuestros pasos. Desplazarnos largas distancias gracias solamente al ingenio humano y la capacidad de aprovechar al máximo el esfuerzo. Hoy son convertidas a objetos "snob", con funciones que dependen de baterías, con instrumentos añadidos de la era moderna tan catastróficos como frenos de disco, venidos del mundo de uno de los representantes más icónicos de nuestra quebradiza época: el coche. El automóvil es el más fiel exponente de lo caduco, voluble y caro. Somos la sociedad del coche. Coche para todo. Y coche metido en todo: en el smartphone, en el deporte, e incluso en la política. Cualquier película o programa de televisión actual tiene que tener, por obligación, un coche. Y cuanto más frágil y moderno, mejor.
Con el coche todo depende del exterior: necesitamos la electricidad, el combustible y el aceite. Y lo necesitamos a grandes cantidades. Y el coche, al contrario de las otras máquinas que hemos mencionado, depende solo de ello para funcionar. Y por eso nos puede dejar tirados en cualquier sitio.
En suma, esos objetos tan olvidados hoy, tan menospreciados, las máquinas mecánicas que formaban una simbiosis con uno: las bicicletas, las máquinas de escribir, máquinas de coser, las brújulas analógicas "reales"..., los relojes..., están ampliamente superados (tanto que algunos de esos mecanismos ya ni se fabrican) por las baterías, enchufes, displays táctiles, y tanta parafernalia tecnológica que dicen nos ha facilitado la vida, pero que la realidad, bien distinta, es que en muchas ocasiones nos la ha complicado mucho más aún. Que se lo digan a la farmacéutica de mi barrio, cómo hecha de menos cuando las recetas eran en papel, no se caía el sistema informático, y no tenía que echarse a temblar para que el ordenador tramitase la orden correctamente.
Sí, el reloj mecánico ha pasado a ser casi nuestra máquina de Antikythera. De momento sobrevive en la élite y en cotas inalcanzables, pero para el común de los mortales ha pasado a ser un objeto que ya no tiene valor alguno. Quizá para algunos románticos y soñadores, melancólicos de un pasado que jamás volverá, y del que añoran muchas de sus virtudes. Como poder reparar y mantener las cosas uno mismo, y usarlas toda su vida sin tener que arrojarlas a la basura porque se ha pasado su ciclo de "vida útil" prevista por su fabricante.
| Redacción: Duraderos.cc / Duraderos.blogspot.com
¡Qué bonitas todas esas máquinas mecánicas del pasado! Y como bien decís, algunas hoy en día todavía útiles, aunque ello nos obligue a renunciar a algo.
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