Quince días con un reloj mecánico (impresiones)


Hace tiempo que sé que los relojes de cuarzo pueden complicarte bastante la vida, no solo porque fácilmente te lleven a confusión con sus horarios mundiales, o que cambies de formato horario sin querer, o te activen el DST (o lo desactives) sin darte cuenta (con el consiguiente peligro, sobre todo en aquellos en donde ésto lo puedes cambiar apretando un simple botón, como los Casio DB-360), sino que, además, pueden llegar a ser muy poco precisos.

Que el Nixon se atrasase varios minutos por día, o el Casio AL-190 adelantase casi veinte segundos a la semana, son otros buenos ejemplos de que no todo podemos dejárselo en manos de un reloj de cuarzo, o fiarnos absolutamente de él sin ninguna clase de reparo.




Es cierto que hoy contamos con tecnologías que pueden paliar, al menos en parte, esos defectos. Por ejemplo tenemos la tecnología Waveceptor, o la actualización vía Bluetooth (para aquellos que tengan smartphones, no es mi caso), con la cual el reloj se vuelve algo más fiable.

Si lo unimos a tecnologías como la Tough-Solar, que además es -al menos en parte- más limpia que una pila, también tendremos un reloj un poco más sostenible, medioambientalmente hablando. No digamos ya si es un Batteryless, con su magnífico capacitador.


El gran problema de todo ello es que no hay un reloj que lo ofrezca todo en una caja de metal y al final, si quieres una caja de metal, debes irte a por un analógico, y entonces si lo pensamos fríamente esto es poco inteligente: con un analógico de cuarzo tienes toda la problemática de engrase/engranajes que un mecánico convencional, y a eso se añade toda la problemática de ecología/economía de una fuente de alimentación eléctrica. Te llevas lo peor de los dos mundos. Para eso es mucho mejor inclinarse por un mecánico, con el cual sabes a qué atenerte al menos.

Decía una publicidad de la época, en aquellos años setenta en donde el cuarzo empezaba a pegar fuerte, de una marca de relojería mecánica (hoy desaparecida, lo cual es bastante clarificador), que sus relojes mecánicos aventajaban a los de cuarzo porque le ahorraban al cliente los sucesivos cambios de pila. Una verdad como un templo, cuando era habitual que en aquellos años las pilas durasen unos meses, aunque luego llegaría la tecnología solar y entonces ya no tenía tanto sentido ese argumento. Al menos sobre el papel.


La verdad es que nunca creí que me fuera a acostumbrar a un reloj mecánico, un defensor como yo que siempre he sido de los relojes de cuarzo, pero tras varias semanas con uno admito que no me he sentido tan mal. Es cierto que uno se siente a veces como si estuviera un tanto "abandonado", esa incertidumbre de no saber si la hora que llevas es un minuto arriba o un minuto abajo (si solo dependes del reloj para saber la hora, claro), y supongo que esa es la misma incertidumbre que vivían nuestros abuelos, cuando los cuarzo no existían.

Aún así, no saber la hora precisa no es tan importante, ¿qué importan un par de minutos arriba o abajo mientras esperas el tren o acudes a un evento, si sabes que nunca son puntuales ni cumplen sus horarios? Son esas situaciones en donde la exactitud es importante, en las cuales ves que con un mecánico no puedes -no te deja- ser estricto.


También me ha servido para darme cuenta de lo tirano que es el tiempo que nos imponemos, las manías que a veces con los relojes de cuarzo y/o radiocontrolados vamos adquiriendo: salir de casa por la mañana a justo el minuto "once", cruzar la puerta del trabajo al minuto determinado, o llegar a la biblioteca a las 17:00 "clavadas". Eso y tantas cosas más que nos permiten los relojes modernos pero que, con un mecánico, no nos es posible hacer. Ayer en un mecánico podías salir al café a las 11:02, pero hoy pueden ser las 11:04. Eso, de lo que tantas veces hablo de el lujo de permitirnos ser imprecisos en una sociedad controlada por los relojes atómicos y estricta en el medir el tiempo y las cosas (las farolas de las calles se encienden y apagan a una determinada hora según algoritmos pre-establecidos sobre la salida y puesta de sol, y cada vez mas relojes en estaciones de tren, aeropuertos y centros comerciales, son controlados vía radio...), es algo que se te hace muy extraño cuando llevas toda la vida recurriendo a un fiable cuarzo que, en mi caso, nunca se desviaban de la hora oficial unos pocos segundos al mes.

En un mecánico, insisto, nada de eso existe, es otra filosofía: al mes acabas desviado unos minutos. Un mundo, para algunos.


El otro aspecto que llama la atención en un mecánico es su relativa simplicidad, la capacidad de medir el tiempo simplemente con unas ruedas de engranajes, y dándole cuerda de tanto en tanto. Puede parecer sencillo o hasta banal, pero a la humanidad le costó siglos (¡y muchos siglos!) llegar al conocimiento necesario para desarrollar algo así, y el esfuerzo de grandes inventores y mentes geniales. Esa tecnología de un pasado tan remoto que ni siquiera podemos llegar a cuantificar, se vuelve aún más sorprendente cuando la comparamos con la relativa rapidez con la que la electrónica, y el reloj de cuarzo por lo tanto, han invadido nuestras vidas.

Reconozco que en mi fuero interno siento una lucha sin precedentes entre esas dos corrientes, es como si dentro de mí ambos mundos chocasen. Por un lado, como amante de la tecnología, no puedo negar mi debilidad por el cuarzo. Además, escribo para ebooks, programo para ordenadores, y diseño contenido en 3D. Todo ello tiene que ver con chips y bytes. Hace mucho que no tengo entre mis manos un cuaderno de bocetos o de dibujo, porque es infinitamente más cómodo -y con mejores resultados, y más rápido- hacerlo con un ordenador. Pero he ahí la clave: comodidad. Nos es incómodo -por lo general- darle cuerda al reloj, vigilar cuándo atrasa y adelanta, ponerlo en hora... No tenemos tiempo y tenemos muchas cosas que hacer para ocuparnos de eso, una tarea "secundaria" que bien nos podemos evitar con un cuarzo, un radiocontrolado, o un smartwatch (o smartphone). Y supongo que nuestros abuelos, y sus padres, tenían también bastante poco tiempo, en una época donde los vehículos eran escasos, tenían que ir y volver al trabajo caminando -recorriendo largas distancias en muchas ocasiones-, y luego atender ganado, sus huertos, o ponerse a lavar la ropa a mano y atender a una multitud de hijos (en el caso de las mujeres). Y aún así tenían tiempo. Así que no es solo comodidad, hay que añadir otro término, y es el de las prioridades. Cuando un reloj era casi el objeto tecnológico más importante para una familia, su prioridad estaba en cuidarlo y tratar de que estuviera en hora, así que hicieran lo que estuvieran haciendo, ponían la radio para ajustarlo a las señales horarias y le daban cuerda por la mañana, sin olvidarse un solo día, porque de ello dependían muchas cosas.


Hoy el tiempo es secundario, creemos que tenemos tiempo de sobra y es fácil y sencillo de medir, incluso de matar el tiempo, de disfrutarlo. No estoy diciendo que lo antiguo sea mejor, simplemente estoy comparando dos realidades bien distintas para que nos demos cuenta de dónde viene el reloj mecánico y por qué es así. En aquellos tiempos en donde los enchufes casi eran un sofisticadísimo lujo (los que tengáis más años recordaréis que había muy poquitos por las casas, y por supuesto las habitaciones no contaban con ellos), mientras que hoy tenemos corriente eléctrica en todas partes, y varias tomas además.

Cuando los cuarzo comenzaron a inundar el mercado trajeron consigo toda una sucesión de cambios que se han vuelto cotidianos y hasta nos parecen normales, pero ni mucho menos era así antes: la electricidad cada vez se está volviendo más cara, muchas familias tienen que hacer esfuerzos casi sobrehumanos para pagar su factura, compañías quiebran o se van por los altos costes eléctricos, y el gobierno endurece el acceso para los servicios de luz social con el fin de que eso no le suponga una carga demasiado elevada. Así que no estoy hablando de la tierra del nunca jamás, sino de realidades palpables y cuantificables que, inmersos muchos en nuestras burbujas, acontecen ante nosotros sin que casi las percibamos, embobados ante la televisión o las paranoias que nos quieren colar los políticos y las grandes compañías con sus campañas publicitarias.


Así y todo, admito que siempre he sido un poco más del mundo "virtual" de los ceros y los unos que del mundo físico de los engranajes y los contrapesos. Me gusta, me encanta, "el alma" de las máquinas electrónicas, su software, y admito que, por muchos esfuerzos que hago, me cuesta pensar que un mecánico "tenga alma", simplemente porque tampoco tiene software.

No paro de leer y de recordar eso que dice alguna gente que un mecánico tiene "temperamento", que si lo llegas a conocer te dirá cómo se siente e, incluso, la manera en que le gusta funcionar. Pero por más esfuerzos que hago no se lo encuentro, al fin y al cabo son solo trenes de engranajes, sucesivas revoluciones que van y vienen y a las que les afecta todo: desde la menor vibración, temperatura, o incluso los campos magnéticos que por todos sitios hoy nos rodean.


Pero entiendo, sin embargo, por qué a todos los que aman la relojería les gustan los relojes mecánicos: ciertamente "se siente" el reloj. Uno de cuarzo no deja de ser un pequeño "ordenador" de bolsillo, con lo mínimo imprescindible para activar y desactivar unos dígitos, algunos ni siquiera lo llaman reloj, y defienden que eso no debería denominarse asi. Tal vez tengan razón, porque con un mecánico sientes que llevas, realmente y en su esencia, una máquina "de tiempo", y el conteo del tiempo como un reloj de arena en el cual caen los segundos grano a grano..., y en este caso tic-tac a tic-tac. Pero eso no me atrae especialmente, y por eso puede que lo que me ocurra es que no me gusten los relojes. Yo necesito bits y ceros para sobrevivir. Necesito "alma", o llamadlo como queráis, pero es esa sutil sensación que te produce el ver sus dígitos fluir, ese hormigueo cuando ves el software aparecer, y no ese martilleo constante de los molestos péndulos de un reloj de pared.

Llevo, como he dicho, ya varias semanas con mi mecánico, el cual es genial, me gusta y es una autentica delicia en la muñeca, y es un logro mecánico soberbio. Ni siquiera su encantadora inexactitud de mecánico me molesta. Pero cada vez que lo miro quisiera ver esa misma construcción en un digital, y no puedo evitarlo.

Supongo que acabaré finalmente volviendo al mundo de los digitales, pero hasta que eso ocurra inexplicablemente sigo con mi tiempo impreciso e inexacto, en un reloj de engranajes, disfrutando de no saber a qué minuto exacto entro o salgo. He dejado de lado el verdugo en que nos convierte nuestro tiempo, y quizá lo que descubra, de manera aterradora, es que lo me agradaba en realidad era estar sometido a carceleros. Reflexiona sobre ello porque puede que sea también tu caso.

| Redacción: Duraderos.esRevistas.com