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Básculas comerciales Roch


De pequeño siempre me parecía un momento especial, cuando acompañaba a mi madre a comprar a alguna de las tiendas del pueblo, el que acontecía al llegar la hora de pesar la mercancía (frutas, productos de charcutería, pescadería...) por la báscula. Me quedaba observando aquel "extraño artilugio" que era la báscula, y sería ese aparato el juez imparcial que diría el precio a pagar dependiendo del peso. Como si fuera el fallo de un magistrado, se producía un breve silencio mientras el tendero colocaba la mercancía en la báscula para pesarla. Y yo veía con expectación a la aguja moverse durante un breve espacio de tiempo, y casi como había surgido, el encantamiento se iba y el silencio se rompía al grito del vendedor (o vendedora): "¡trescientos cincuenta gramos!", o: "¡seiscientos gramos!".

Cómo había conseguido descifrar en tan corto tiempo el movimiento rápido y felino de la enorme aguja marcadora era para mí aún todo un misterio.