Para alguien que haya vivido la informática y los sistemas operativos, al menos desde los primeros Windows o MS-DOS, hasta hoy, se habrá ido decepcionando al darse cuenta de lo mucho que ha cambiado este tipo de entornos, sin mejorar en su esencia. Lo primero que me di cuenta tras instalar Windows 10 es su horrible lentitud. Recuerdo cuando instalaba los antiguos Windows (incluso con 32 GBs de RAM) y lo ágil que iba el sistema operativo nuevo. En Windows 10 no ocurre eso. Obviamente, tampoco es que vaya lento, pero con unas asombrosas 4GB de RAM uno esperaría un sistema operativo veloz como el rayo.
La lentitud a la que me refiero es inherente al diseño de Windows: animaciones, flechitas, degradados, ventanitas emergentes por todos lado... Tonterías y "basuras" que en realidad no aportan nada, pero que se acumulan haciendo que el microprocesador dedique ciclos en adornos superfluos, en hacerlo muy bonito, pero poco o nada útil.