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Otros mundos


Para todos los que han perdido a alguien por el coronavirus.

Vivimos en un mundo donde tienes que morder el dolor y tragártelo hasta el extremo. Cuando mi madre falleció, pedí ver su cuerpo por última vez, tocarla, y recuerdo muy bien la necesidad imperiosa que sentía de despedirme de ella. Por eso, no puedo llegar a imaginarme el sufrimiento que debe ser tener que decirle adiós a una madre, un padre, al abuelo, la abuela, o al ser querido, sin poder verlo por última vez, estar ante su cuerpo presente y darle un último beso, depositar sobre su piel una última caricia.

¿Cómo calmar esa acuciante necesidad? Nada puede hacerlo.

Supongo que en estos últimos días, muchos habéis abrazado alguna prenda de vuestro ser querido, la camisa preferida de vuestro abuelo, la rebeca de la que vuestra abuela no se separaba en invierno... Yo lo hice. Y abracé esa prenda llorando hasta el extremo, hasta casi desmayarme, mientras las lágrimas corrían a borbotones por mis mejillas. Dicen los expertos que llorar es bueno, pero no sé si lo será hacerlo hasta esos extremos. Solo una mano amiga, contándole mi dolor una y mil veces, consiguió en parte aliviarme. Pero cuando ella se iba, cuando me quedaba sin ese hombro sobre el cual apoyarme, llegaba de nuevo a establecerse sobre mí la nube negra y terrible de mi tristeza y mi desconsuelo.

Aún hoy, me estremezco y me apeno al recordarlo. Y ese luto no se va, claro que no se va.

No sé cómo deciros, o transmitiros más bien, un poco de consuelo. Pero sé que, en esos momentos, las pocas palabras que puedan decirse ayudan, y mucho. Por lo tanto, solo quisiera haceros llegar que soy partícipe de vuestro dolor, lo comparto y soy consciente del gran peso que sobrelleváis. De vuestra terrible impotencia. De vuestra desolación.

Algunos dicen que se fueron personas mayores, con muchas patologías, como si eso lo hiciera menos doloroso e importante. Pero no eran eso para vosotros. Era vuestro querido abuelo, abuela, vuestros padres y madres, personas que, por muy ancianas que fuesen, no se merecían morir así, sin un abrazo, sin el cariño de sus allegados, sin teneros a su lado.


Una alta dirigente política del gobierno dijo hace pocos días que no os teníais que preocupar. Que todos tuvieron una última oración de los profesionales sanitarios, añadiendo (por aquello de quedar bien ante todo el auditorio) "los que fueran creyentes". Estoy seguro que los profesionales sanitarios lo hicieron lo mejor que pudieron, pero, ¿de verdad ellos sabían quién era creyente o no? ¿Les importaba en algún caso? ¿Disponían siquiera de tiempo para ello? Ver a cirujanos haciendo de ATSs me hace dudarlo.

Porque nadie como tú sabe lo que ese anciano vivió contigo, lo que te ayudó en tus momentos más duros, a veces con una ayuda material de su exigua pensión, y otras con una simple pero más que suficiente palabra de aliento, o con su compañía. Nadie mejor que tú conoce sus penurias, lo que sufrió por salir adelante, y por llegar a una vejez bien merecida que debía ser plácida y, desde luego, tener un final mucho más agradable que éste. Personas que lo dieron todo hasta los últimos instantes de su vida, en ocasiones incluso pidiéndoles a los médicos que utilizasen los escasos respiradores disponibles en pacientes más jóvenes y con más posibilidades de sobrevivir. Historias individuales de solidaridad, de valor y generosidad hasta el extremo. Que aguantaban estoicamente por los pasillos de los hospitales, mientras los médicos iban y venían totalmente desbordados. Porque eran eso: colapsados. Había casos que eran auténticamente desgarradores, cuyas historias no es el momento de contar aquí.

Pero ahora, como dicen las Escrituras, gozan de su merecido descanso. Ese es todo el consuelo que puedo darte, sé que insuficiente, sé que no llena ese vacío que sientes, pero sí tranquilizador. Ahora están en ese descanso que tienen más que merecido. Esperándote -porque, al contrario que ese personaje político, yo no tengo que guardar etiquetas tontas ante el público- para un día abrazarte, y en el que podrás decir no un adiós, sino algo mucho mejor: un "hola".

Descansen en paz en el Señor.

"Ahora que descansen de sus trabajos, porque sus obras van con ellos" (Ap. 14, 13).

Y en un momento de silencio, te ruego una oración por el alma de los fallecidos en la pandemia, y por el consuelo de sus familiares que no han podido decirles su último adiós.

| Preparación: esRevistas.com / esRevistas.blogspot.com | Redacción: Carta abierta, redactada por el escritor Bia Namaran, para todos los que han sufrido la pérdida de un ser querido durante la pandemia.

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