Tengo una amiga con la cual converso muy habitualmente porque está pasando un mal momento. Ella siempre había tenido un carácter muy despierto y temperamental, salías a la calle con ella y entraba en establecimientos comerciales sin parar -y en las populares tiendas del "todo a 1 euro"- a mirar, buscar, revolver entre adornos que le encantaban, especialmente muñecas y muñecos, que colecciona.
Desde hace unos años para acá todo se le ha torcido: uno de sus mayores apoyos, los padres de su marido, fallecieron con sólo seis meses de diferencia. Debido a ello tuvieron que dejar la casa donde vivían e irse de alquiler a un mini-apartamento por el que pagan un precio astronómico ya que su propietario abusa aprovechándose de su desgracia sabiendo que en pocos alquileres les iban a admitir en su situación. Porque, para más desastre, su marido se ha quedado en paro -lleva casi tres años- y no tiene visos de que la cosa vaya a cambiar.
Por si ello fuera poco por un problema de salud ella está en un estado físico que ha cambiado radicalmente respecto a la chica jovial, delgada y dicharachera que era cuando yo la conocí, lo que ha derivado en que sus amistados se hayan escapado de su lado. Ya sabéis que en esta sociedad del culto a la imagen, se diga lo que se diga o nos quieran vender, la hipocresía abunda por doquier.
Debido a todos estos acontecimientos y a esta problemática tanto mi amiga como su marido han tenido que someterse a tratamiento psiquiátrico. Su marido toma medicación, pero la más afectada es ella, que por tomar, toma pastillas hasta para poder conciliar el sueño, como si fuera una anciana.
Pero lo que más me resulta llamativo y chocante a mí, que la conozco desde hace ya muchos años, es lo que la medicación ha hecho en ella. Es increíble cómo, tomando simplemente determinadas pastillas, los médicos han conseguido no que deje de pensar en sus problemas -sus problemas por desgracia siguen estando ahí, no han desaparecido- pero sí modificar radicalmente su carácter y su comportamiento. La medicación la ha convertido en una pusilánime, en un ser casi sin voluntad.
De la persona jovial que fue en su día, ha pasado a ser una timorata. Sin iniciativa alguna. Por ejemplo, si piensa de una forma, puedes convencerla de que piense de otra de manera fácil, que cambie de decisión y puedes jugar con su mente como si fuera de plastilina. Cualquiera puede hacer con su mente -y sus ideas- lo que le dé la gana. Obviamente no me estoy refiriendo a que puedas tomar el control de ella -aunque seguro que hay pastillas para eso también-, pero si estáis hablando y, por ejemplo, a ti te gusta Vox y a ella el PP, por no llevarte la contraria acabará gustándole también Vox, cuando antes era muy crítica y defendía sus ideas con ferocidad.
Esto me ha llevado a pensar que, aunque no nos demos cuenta, de forma parecida pueden estar modificando nuestro carácter y nuestra forma de ver y enfrentarnos a la realidad recurriendo también a unas determinadas sustancias. ¿Cómo? Controlando lo que comemos, con aditivos, o el aire que respiramos.
A principios de los setenta empezaron a promulgarse las leyes más restrictivas sobre la contaminación atmosférica procedente del humo de los coches. Se da el dato curioso de que "casualmente" coincidió con la aparición de estudios en los cuales se relacionaba el aumento de irritabilidad con la contaminación por hidrocarburos. Se demostró que en las zonas donde determinados compuestos de plomo y CO2 eran vertidos y respirados por la población, había más asesinatos, más delitos y más huelgas y levantamiento social. Si vemos una gráfica desde esos años observaremos cómo, ha medida que se introdujeron en los coches dispositivos como catalizadores, la agresiva respuesta social ha ido descendiendo.
Pero esta teoría, además de ser en parte conspiranoica, no deja de ser también en parte cuestionable ante la falta de estudios serios (o la no divulgación de éstos, al menos). Pero no importa porque no afecta a la raíz del tema: a lo que voy es que tal vez nos esté pasando lo de mi amiga sin que nos percatemos de ello. Porque si esto ocurre y alguna (o algunas) nación se ha visto interesada en modificar el comportamiento nuestro para su propio interés, estaríamos frente a la jugada más sucia de la historia. El caso es que compuestos hay, existen e incluso algunas multinacionales (como Coca-Cola) no se amilanan ni se esconden: ponen claramente en sus etiquetas que sus productos modifican o alteran de alguna forma tu comportamiento (en la imágenes podéis ver esto que os digo, no es ninguna leyenda urbana que me acabe de sacar de la manga, es una etiqueta real de su bebida Powerade). Claro que ellos lo ponen ahora porque ya se han publicado muchos informes respecto a ese aditivo, lo que debería preocuparnos son los aditivos de los cuales no se habla, ni hay informes, y ni siquiera mencionan en los productos de alimentación que adquirimos en el supermercado. Tal es así que existen leyes que si en un producto de alimentación hay menos de un determinado porcentaje de esa substancia, el fabricante puede obviar ponerla en la etiqueta.
Algunas personas puede que lleguen a decir incluso que qué problema hay en eso: el ser humano lleva modificando su comportamiento desde tiempos remotos, cuando vivía en chozas de paja y barro, con plantas alucinógenas como la ayahuasca, el peyote o la adormidera. La diferencia es que en aquellos tiempos lo hacía por su propia voluntad, porque quería y sabía a lo que se exponía, pero hoy nos lo hacen tragar simplemente para controlar nuestro pensamiento o, al menos, desmotivan nuestras acciones y afectan a nuestra actividad.
Os preguntaréis que cómo es posible que hagan eso, cómo podrían infiltrar una sustancia y distribuirla luego a nivel mundial a toda la población sin que nadie se enterase. Lo primero es bien fácil: legalizándola. Legalizas una sustancia para servir de colorante, anabolizante, espesante o aglutinante, que hoy hay a patadas, y está.
Claro que eso es también bastante impreciso, ¿cómo haces para que solo la consuma, o te aseguras de que lo hace, un determinado grupo de usuarios? Pues la mezclas en la cerveza. O en el refresco. Coca-Cola es un buen ejemplo de ello (y ya hemos dicho que esa compañía recurre a estas cosas): es de Estados Unidos, y se comercializa por todo el mundo. Interviniendo en los ingredientes, esta compañía puede hacer que sus consumidores egipcios, los jóvenes que son la mayoría de sus clientes, sean más agresivos. Y que los iraníes menos. O al revés. Y al gobierno estadounidense y/o a su industria armamentística le interesará que los jóvenes -que son los que consumen más Coca-Cola- actúen de una determinada manera provocando conflictos en alguna región de la Tierra. Así puede ocurrir con muchos otros productos. De hecho Coca-Cola nunca ha hecho pública la "fórmula secreta" con todos sus ingredientes. Dicen que se guarda celosamente y que es uno de los secretos más protegidos de Estados Unidos (antiguamente la base de la Coca-Cola, su extracto, les llegaba en botellas como un jarabe, con unas instrucciones muy cuidadas especificando cuantas cucharadas debían mezclarse con agua, ahora el preparado es monodosis y ya posee los ingredientes precisos de producto, y nadie sabe qué contiene). ¡Y sin embargo algo, de lo que se ignora sus ingredientes -probablemente sean derivados de droga, en concreto de la coca-, es legal y se vende en todo el mundo!
Pero como ocurre con la Coca-Cola puede ocurrir con Pepsi, o con cualquiera de todas esas multinacionales como Nestlé, Pepsico y demás que controlan la mayoría de lo que compras. Porque aunque cuando creas que al realizar tus compras te llevas productos de muchos fabricantes, lo que te llevas son marcas: realmente fabricantes hay muy pocos, y la mayoría del mercado de la alimentación mundial lo controlan multinacionales con oscuros -muy oscuros- intereses detrás. Fíjate en esta noticia y te darás cuenta de que solo compras marcas, y aunque cambies de producto no cambias en realidad de fabricante.
¿Cual sería el remedio a todo esto? Claro, la panacea sería que cultivásemos lo que comiésemos, pero no podemos, ni nos dejan y ya está todo montado para que a la mayoría nos sea imposible hacerlo. Pero podemos minimizar el impacto que todas estas grandes multinacionales tienen sobre nosotros y nuestra salud apostando por fabricantes locales, nacionales y marcas nuestras y propias de confianza.
Obviamente no podremos estar nunca seguros al cien por cien de que no sea nuestro propio gobierno el que esté detrás, envenenándonos, además de estarlo también superpotencias como USA; la falta de certeza y la duda es algo con lo que tendremos que convivir, y elegir determinada marca fijándonos más en lo que adquirimos. No sea que el día menos pensado todos estemos convertidos en zombis, diciendo a todo que sí, y no nos demos ni cuenta. Y no lo olvides: es eso lo que quisieran muchos dirigentes de naciones. Luego nos preguntamos por qué en países como Corea del Norte la gente no despierta de su ensoñación y protesta contra su gobierno. Te dicen que porque el gobierno controla los medios de comunicación y les lavan el cerebro. ¿Solo los medios de comunicación es lo que les hace vivir en una nube? Usemos un pensamiento un poco más crítico y menos inocente. O puede que incluso, hasta quizá, los que estemos en una nube seamos todos nosotros. El mayor problema, lo auténticamente grave de todo ésto, es que si estás dentro de esa nube no lo sabrás hasta que puedas salir de ella... o te logren rescatar. Cualquier momento es bueno para dar el primer paso.
| Redacción: Duraderos
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