Hace tiempo decidí regalar el patinete clásico al que le habíamos hecho una prueba en el blog, a un chico que le hacía mucha ilusión. Cuando lo estuvo usando, y tras comprobar que ese tipo de vehículos de movilidad no iban con él, decidió devolvérnoslo. Admitió que no eran lo que pensaba y que se había llevado unos buenos sustos al usarlo así que, como no quería seguir tentando a la suerte y terminar rompiéndose la crisma, prefirió deshacerse de él y no dejarlo aparcado adornando en una esquina.
Me han resultado muy gratificantes su sinceridad y desprendimiento, porque era un elemento al que le tenía muchas ganas y bien podría, si hubiese querido, guardarlo "para admirar". Pero no, decidió que alguien pudiera seguir dándole uso.