Desde hace tiempo se sabe que el oído humano es extraordinariamente sensible al sonido, y de la misma forma que este sentido nos es útil para nuestro quehacer diario (y para sobrevivir en ambientes hostiles), también esa sensibilidad tiene su contrapunto: un sonido demasiado elevado o, aunque no sea elevado, constante, puede dañarlo.
Además de lo anterior, a veces necesitamos el silencio simplemente para realizar nuestras tareas cotidianas (estudiar, trabajar...), algo que, por desgracia, no podemos todos disfrutar, con lo que nos resta concentración y nos vuelve, además, más irascibles.