La primera vez que escuché mi propia voz grabada en un dispositivo electrónico me parecía algo mágico. Era un reproductor de casettes de Philips, que incorporaba un llamativo botón con un círculo naranja: el que daba acceso a la grabación. Poder coger una cinta virgen y dejar en ella materializada la voz, para niños como nosotros, resultaba enormemente llamativo.
Siempre me pareció curioso lo distinta que suena nuestra voz cuando hablamos, y lo diferente que es en realidad. No es extraño que los más pequeños sean los que muestran los rostros de más espanto al escuchar por primera vez su voz, casi sin reconocerse, como preguntándose: ¿quién es ese desconocido?