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Cuando la Iglesia veía la cremación como un pecado



Dicen que la Iglesia Católica es inmutable, y que sus preceptos, establecidos por Nuestro Señor, se mantienen inalterables a través de los siglos, hasta su segunda venida. Y esto es así en líneas generales y en lo básico de su doctrina. Sin embargo, a través de las corrientes del tiempo también ha tenido que dar ciertos virajes, la mayoría debidos a que partían de un entendimiento o normativa errónea. Tenemos como ejemplo las Cruzadas, campañas militares para "matar infieles", que no eran más que guerras de religiones encubiertas. Cierto que esto hay que verlo bajo el prisma de su tiempo (y no del nuestro), en el cual los reinos y sus caballeros guerreros se debatían por palmos de tierra por toda Europa, y la guerra no solo estaba a la orden del día sino que, como ocurría en Japón con los samurais, era una forma de vida. En cierto modo, lo han heredado las sociedades modernas con sus ejércitos, a los cuales se destinan monstruosas cantidades de dinero, y nadie se lleva las manos a la cabeza porque tienen asumido que eso debe ser así. Pues otro tanto ocurría en aquella alta Edad Media, aunque ahora nos resulte a veces tan incomprensible.

Pasamos luego a la Inquisición, en donde tribunales eclesiásticos juzgaban causas de lo más variopintas por todos los rincones del Viejo Continente. Aunque haya tenido fama de dura y brutal, los tribunales de la Inquisición eran, en realidad, bastante más laxos y justos que los tribunales civiles (por lo general), de hecho muchas personas que cometían delitos comunes preferían ser juzgados por tribunales eclesiásticos. La tortura y brutalidad civil superaba a la Inquisición con creces, solo hace falta leer alguno de los muchos tratados existentes sobre castigos a delincuentes, ladrones y maleantes de aquellos oscuros siglos, para darnos cuenta que los más sanguinarios, dolorosos e inhumanos venían de los tribunales y abogados de la justicia ordinaria, y no de la eclesiástica. La eclesiástica, con el tiempo, acabó llevándose las culpas de todo, porque de aquellos tribunales y justicia civil bebe buena parte de la justicia ordinaria actual, y muchos de sus procedimientos, forma de vestir (peinados, togas...) y de formulismos y legalismos (señoría, clemencia...) tienen sus raíces en ellos.