Las suecas por las que perdían el juicio los españoles


En los años sesenta y setenta se desató en España una auténtica fiebre por "las suecas". Esbeltas, rubias, altas, de largas melenas..., inundaban nuestras zonas costeras y de playa cual sirenas. Y los españoles pequeñajos, barrigudos, bigotudos muchos de ellos, bebían los vientos por ellas.

Las suecas representaban un sueño idealizado para los españoles, que aún seguían padeciendo las consecuencias del régimen franquista. Por aquél entonces los países nórdicos eran ya tremendamente avanzados a nivel social, nada que ver con la España de la época.

Y las nórdicas, para el españolito de a pie, eran lo más.




El problema para los españoles es que las suecas... Solían venir con suecos, claro. O en grupos de ellas los cuales hacían con los "pobres y regordetes" españolitos lo que querían, pasándoselo de una a otra como un monito de feria. Digo yo que habría algún caso de auténtico "enamoramiento", aunque no conozco ninguno y, a fin de cuentas, difícil lo tenían: por aquel entonces no había internet, las comunicaciones en España eran malas por carretera, no hablemos ya de la fiabilidad del correo. Recibir una carta era como hacer fiesta. Dejemos de lado el precio de aquel correo internacional que debía enviarse en unos rarísimos sobres de bordes rojo y azul con el membrete "par avion". Esos sobres incluían unos papeles especiales, ultraligeros, porque te pesaban hasta la tinta, y si pesaba el "viaje" en avión "del sobrecito" podía salirte por un ojo de la cara. Si tenías uno de aquellos sobres, poco menos que se apiñaban a tu alrededor los amigos para verlo.

De manera que escribir una de aquellas cartas "condensadas" al mes, y esperar respuesta..., pues qué queréis que os diga, que había que estar perdidamente enamorado (o embobado) para hacerlo.


Pero eso no era todo, claro. Porque había que añadir que, si el amor duraba - que de ningún modo lo haría - a "tu" sueca pocas ganas le quedarían de venir a España a vivir, en una sociedad a la cual a la mujer se la trataba peor que a los perros y tenía menos derechos que un piojo. Imaginaros a la sueca, con su sociedad tan progresista en donde eran valoradas y de pensamiento muy abierto y moderno, quedándose aquí lidiando con el percal de la coña del "generalísimo" y sus Guardias Civiles panzones, auténticos sicarios del gobierno. Da risa solo el pensarlo.

Canciones como "El final del verano" del Dúo Dinámico, o "Cuando calienta el sol", de gente como Antonio Prieto, escenificaban e ilustraban sonoramente todas aquellas fantasías amorosas con las que los españoles de aquellos años soñaban al ver los "cuerpazos", siluetas y labios, así como al escuchar los exóticos acentos, de las glamorosas suecas provenientes de una Europa que estaba a la vanguardia de la libertad y de los derechos civiles.


No es extraño que Astrid, Ingrid y Etdrid Sjoberg sean suecas, reforzando esa modernidad y sofisticación que siempre han tenido los nórdicos. Bien podrían haber sido noruegas, aunque con ellas ya había realizado algún que otro relato corto que fue como un primer ensayo, un primer acercamiento a las protagonistas de "El imperio". Cierto es, sin embargo, que las hermanas Sjoberg no son las típicas suecas "rubiazas y de piernas largas", pero no por ello son menos exuberantes.

En alguna ocasión os hablé de la chica que coleccionaba Playmobil, y he aquí que hace unos días me viene con un regalo muy especial: la nórdica Astrid, en una pequeña cajita, de la popular película de animación "Cómo entrenar a tu dragón". No solo ella, también me trajo una botellita de agua, y he aquí que yo pensaba que para qué quería una botella de agua pequeña que apenas me daría para beber un sorbo, y se lo iba a decir cuando veo que en realidad lo interesante no era el agua, sino la serie especial que la marca había sacado con los personajes, y en esta ocasión, cómo no, con el de Astrid.


No es que yo pierda ahora la cabeza por las suecas, ni por esta curiosa personaje, claro, pero admito que es un bonito detalle. Tal vez si hubiesen tenido a esta Astrid en sus tiempos, muchos españolitos de los sesenta no habrían perdido el juicio tras alguna sueca, aunque bien es cierto que puede que no tuviésemos las canciones que luego tendríamos. Ciertamente la realidad supera toda ficción aunque en este caso, si tuviera que enamorarme de alguna, me inclinaría por mi traviesa Etdrid de estética grunge y tan alejada del arquetipo de las féminas suecas, solo sea porque, con ella al lado, cualquier chapucero rincón de ciudad se convertiría entonces en una playa, y cualquier playa en un paraíso, porque es, su palpitar,

su recuerdo,

mi locura,

mi delirio...


| Redacción: Duraderos.esRevistas.com