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¿Tiene sentido en estos tiempos un reloj de cuarzo?


Mientras me ponía esta mañana el reloj mecánico, me preguntaba sobre la ventaja que suponen estos relojes frente a los habituales a pilas, y la falta de sentido, en parte al menos, que es a día de hoy usar relojes de cuarzo. Con la popularización de los smartphones, el que llevemos un reloj no se ha vuelto algo básico ni imprescindible, como antaño. A eso hay que añadir que las pilas, baterías o acumuladores que incorporan ensucian y dañan el planeta (en su fabricación y en su eliminación como material de deshecho), sin ninguna necesidad. Es decir, no es como antiguamente, que solo se podía usar un reloj y no había alternativa, pero ahora sí las hay.

Si a eso añadimos que la mayoría de relojes de cuarzo que se venden, en sus variante analógicas, tienen unas pilas de dos o tres años de duración, la falta de coherencia aumenta. Por un lado, el teléfono móvil ya lo recargamos a diario, y ya enviamos a la basura baterías suficientes con ellos, no es lógico aumentar ese tipo de elementos añadiendo pilas botón como consumibles.

Nuevos modelos con detalles vintage de Seiko


Seiko lanza al mercado tres nuevas variantes de relojes analógicos, lo cual no sería una novedad en sí, pero todos comparten una curiosa estética "vintage" (gracias a los cobrizos en sus detalles) que merece la pena mencionar. El SSA383K1, con subesfera de 24 horas entre las 10 y las 11 es, por lo relativamente inusual de su diseño, uno de los más llamativos y extravagantes, y sin lugar a dudas uno de los más bonitos de esta nueva colección. Es un modelo con calibre automático, caja de acero y una bonita ventana fechadora en inversión también en una posición un tanto curiosa - y llamativa -, a las 4. Su precio es de 290 €.

Una variante más simple, de cuarzo - pero también cara para lo que es el reloj - es el Seiko SUR285P1, también con caja de acero, y con doble ventana de fecha a las seis. Su precio es de 245 €.

El sonido de un reloj


Por las mañanas cuando voy a la Iglesia se suele sentar delante de mí un anciano, de pelo cano y que sigue la Santa Misa en silencio. Al principio notaba que, cuando él se arrodillaba al llegar, emergía un sonido muy característico e inconfundible, proveniente de su muñeca: el tic-tac de un reloj de cuerda. Debe ser por nuestra posición, que dirige el sonido directamente a mis oídos, porque cuando se sienta el anciano ya no se escucha. Nunca solía agradarme el sonido de la maquinaria de esos relojes, pero admito que en esos momentos me resulta sumamente agradable, como si escucharas una voz familiar. Aún así, prefiero ese constante "tic-tac" que el "tuk...., tuk...," anodino e imprevisible de las agujas de los analógicos de cuarzo. Al ser casi constante, el tic-tac es más "digerible".

Ya apenas se escucha hoy ese mecánico sonido, es uno más de los que están desapareciendo, y ha sido sustituido por el estridente y soporífero sonido de las tonos de llamadas de los smartphones que nos sobresaltan por todas partes.

La horrible desventura de Citizen y sus Eco-Drive


Esta mañana comentaba con un chaval lo contento que estoy con mi nuevo reloj mecánico. Y, a la vez, hemos aprovechado para intercambiar algunos recuerdos y anécdotas, en especial sobre la relojería. Porque yo recordaba que él había adquirido un reloj mecánico, pero no estaba muy claro en mi memoria la marca. Me dijo que en realidad era un Citizen Eco-Drive, según la publicidad de la marca japonesa (¡siempre la publicidad!), el reloj podía recargarse con un poco de cualquier luz (por cierto, aún siguen poniéndolo en su web). Le costó lo suyo adquirir el Citizen en la relojería de su barrio que, como podéis suponer, no tienen los precios que para estas cosas sí tienen en tiendas online como Amazon. Cuando lo tenía en su casa, el Citizen de marras no cargaba. Me sorprendió que me dijera eso porque, si algo tienen de buena fama los Citizen, es en sus acumuladores. Pero es evidente que en todas las marcas cuecen habas.

Volvió a la relojería desesperado, y el relojero le dijo que esos acumuladores ("baterías", les llamó) eran duros de roer y que siguiera insistiendo hasta recargarlo, poniéndolo a una ventana con mucha luz. Por supuesto este chico acabó harto, porque encima de que adquieras nuevo tu reloj, no puedas disfrutarlo, y tengas que "usarlo" viéndolo apoyado en la repisa de tu ventana, no es precisamente la mejor experiencia de compra.

Tecnología mecánica, la tecnología de la segunda oportunidad


Una tarde uno de mis amigos, ex-compañero de trabajo, me llamó para que bajase a la calle. Cuando salí del portal le vi al lado de la acera, junto a una destartalada y antigua furgoneta de Renault. La furgoneta en algún momento de su vida había sido amarilla, sin embargo ahora su color, desgastado por las inclemencias del tiempo y el uso, era más bien cremoso. Dimos una vuelta, para acabar comprobando que realmente era un vehículo que no había tenido precisamente una buena vida -una furgoneta es un vehículo de trabajo, así que imaginaros...-, pero aún así su motor Cleon (así llamado popularmente, debido a la factoría francesa de la que procedían) seguía tirando de ella tan alegremente.

Era una furgoneta que, como suele ocurrir con los vehículos viejos, tenía su "temperamento". En los días lluviosos y fríos le costaba bastante arrancar, aunque el motivo era que a su viejo distribuidor mecánico le entraba humedad y hacía mal contacto. Pero tarde o temprano, o incluso abriéndole el Delco y dándole un poco de calor, mi amigo lograba que echase a andar.

El reloj Longines más antiguo tiene 151 años..., y aún funciona


Acaba de ser certificado el reloj Longines más antiguo hasta la fecha, un modelo de bolsillo -obviamente- que se fabricó nada más y nada menos que en el año 1867. Su dueño es un coleccionista estadounidense (de ascendencia japonesa) que se encontró con este ejemplar cuyo número de serie es de la centena: el 183. Eso indica que fue fabricado en el año 1867, según los registros que aún conservan en Longines.

De hecho, hasta allí viajó el dueño del reloj (hasta la sede en St. Imier, Suiza), para autentificar la pieza. Tras analizarlo expertos relojeros y confrontándose con los registros que el fabricante helvético conserva, se confirmó que había sido fabricado en el año 1867, el año en el que se inauguraron las instalaciones, sustituyendo a la pequeña manufactura fundada en 1832 y que dio origen a la marca.

Básculas comerciales Roch


De pequeño siempre me parecía un momento especial, cuando acompañaba a mi madre a comprar a alguna de las tiendas del pueblo, el que acontecía al llegar la hora de pesar la mercancía (frutas, productos de charcutería, pescadería...) por la báscula. Me quedaba observando aquel "extraño artilugio" que era la báscula, y sería ese aparato el juez imparcial que diría el precio a pagar dependiendo del peso. Como si fuera el fallo de un magistrado, se producía un breve silencio mientras el tendero colocaba la mercancía en la báscula para pesarla. Y yo veía con expectación a la aguja moverse durante un breve espacio de tiempo, y casi como había surgido, el encantamiento se iba y el silencio se rompía al grito del vendedor (o vendedora): "¡trescientos cincuenta gramos!", o: "¡seiscientos gramos!".

Cómo había conseguido descifrar en tan corto tiempo el movimiento rápido y felino de la enorme aguja marcadora era para mí aún todo un misterio.

Un futuro sin relojes de cuarzo


Un alto ejecutivo de la Lockheed le desveló en cierta ocasión a un periodista que los Estados Unidos disponían de tan alta tecnología que en muchos aspectos se encontraban al menos veinte años por delante de la tecnología que se encuentra en la calle.

Hay un hecho muy llamativo: desde el proyecto de exploración Mercury al Programa Apolo se dio un paso muy importante que cualquiera que haya visto las misiones espaciales de aquellos años no tardará en darse cuenta. El Proyecto Mercury tenía, en la sala de control, instrumentación analógica. Era curioso ver el gran panel de control en donde, sobre un mapa-mundi, se habían instalado "circulitos" brillantes que se iluminaban conforme avanzaban las fases de cada misión. Los distintos parámetros biológicos de los astronautas se visualizaban mediante unos indicadores de rodillo, en los cuales se encontraba grabada una escala gráfica mientras que una aguja permanecía inmóvil en la posición central, y era el mencionado rodillo el que se desplazaba arriba o abajo para indicar los distintos cambios de estado.