La sinrazón de seguir comprando productos chinos


Durante estas semanas que he estado dedicándome a un nuevo proyecto editorial, he ido cayendo en la evidencia de que, en realidad, marcas de renombre en relojería y que tengan detrás unos empleados haciendo un producto artesanal, no hay muchas. Por lo general sabéis que aquí defendemos unos productos que sean consecuentes con el medio ambiente y la sociedad, de lo contrario el legado que estamos dejando a las generaciones futuras es muy peligroso: acabarán todos teniendo que emigrar a países asiáticos, trabajando dieciocho horas al día por un par de dólares a la semana, y viviendo hacinados en cuchitriles. Seamos honestos: cada vez que pisas una tienda "de los chinos", haces una compra el Aliexpress o comprando productos de allí, estás llevándole tu dinero a un chino y quitándoselo a un español. Tal vez te importe un rábano, y tal vez pienses que tus compatriotas se lo tienen merecido, pero puede ser que se lo estés quitando a alguien de tu familia, a tus propios hijos, condenándoles a un futuro en donde el trabajo esclavo y en condiciones infrahumanas esté a la orden del día.

Algunas personas me dicen que yo proclamo todo esto, pero luego tenemos blogs de electrónica donde la mayoría de productos provienen de China. Conviene aclarar eso: que son productos electrónicos. Y trataré de explicar la diferencia intentando no extenderme demasiado.




El problema con los productos electrónicos, es que todos ellos - o la inmensa mayoría - utilizan entre sus componentes pequeños - pero muy importantes - porcentajes de lo que se ha dado en llamar "tierras raras". Desde el display digital de tu calculadora, hasta la bombilla LED de tu linterna, poseen una minúscula parte de algún elemento que entra dentro de lo que se considera una "tierra rara".

El nombre no es casual: son tierras raras porque son eso, muy raras de encontrar libres en la naturaleza en grandes proporciones. El único país que tiene la mayor cantidad de tierra rara explotable (África también las tiene en algunas zonas, pero es más complejo y peligroso extraerlas), es, qué casualidad, China.


Los chinos, que no son tontos, ofrecen a las industrias un determinado volumen de sus tierras raras no a precios competitivos, sino a su disposición (porque aquí lo importante casi que no es el precio, sino encontrarlas en las cantidades que el público actual consume), con la condición de que se establezcan y tengan que producir allí. Esto ha propiciado que obligatoriamente los fabricantes hayan tenido que irse a China, y el proteccionismo del gobierno ha hecho el resto: ir destruyendo o ahogando a marcas externas, mientras las suyas crecían con esos conocimientos y mercado que les habían abierto las foráneas. Por eso vemos ahora tanto triunfo de marcas como Huawei, Xiaomi, y demás fabricantes venidos de allá, que les han quitado el puesto a Telefunken, Grundig, Radiola y tantas otras firmas míticas.

Esa estrategia del gobierno comunista chino (que por cierto, existe documentación al respecto sobre cómo lo han ido planeando) ha posibilitado que el mundo se inunde de productos chinos. Eso y, por supuesto, los productos que nos han estado invadiendo - y nos invaden - y que compramos simplemente por codicia.


De manera que en gafas, en relojería, y poco más, es donde nos quedan los últimos reductos de productos que podríamos considerar cien por cien fabricados no solo con unos estándares de calidad mínimamente aceptables, sino duraderos y fiables. Los relojes mecánicos no requieren piezas electrónicas, así que cualquier fabricante puede hacerlos sin tener que bailar al son que digan los chinos. El problema, sin embargo, son los precios.

Un reloj hecho en Europa tiene un precio elevado, como siempre han tenido, porque los relojes era algo que adquirías para toda la vida, no para cambiar cada temporada como ahora nos quieren inculcar. Pero un reloj hecho en China, con mano de obra esclava y trabajando durante casi todo el día en talleres sin un mínimo de seguridad (no hablemos de medidas de salubridad), con máquinas que cortan engranajes como quien parte zanahorias, tiene un precio de risa. Lo más fuerte y llamativo es que algunos incluso llegan a compararlos, mencionando que tienen la misma calidad, acabados, y otras tantas tonterías más.


Así tenemos todos los ingredientes para que se produzca "la tormenta perfecta": tú compras productos chinos porque con el mismo dinero puedes comprar más, son más competitivos, y eso lleva a que cada vez los cuides menos ni te preocupes en mantenerlos - de hecho, ya se encargan los fabricantes chinos de que no puedas repararlos, tranquilo -, como tu dinero va a China, la empresa donde trabajas tendrá que acabar despidiéndote, y como cada vez tendrás menos dinero, cada vez comprarás más cosas chinas. Es la pescadilla que se muerde la cola. Multiplica ese proceso por millones de consumidores, por miles de empresas que tienen que cerrar, y fácilmente te darás cuenta de por qué nos encontramos en esta situación ahora. Porque todos quieren ganar, nadie quiere perder, y al final quienes acabamos perdiendo somos todos.

Evidentemente queda en la conciencia de cada uno el pagar y apostar por ese tipo de mercado o no, aunque hemos acallado tanto nuestra conciencia con mil y una excusas, que a veces ni nos damos cuenta del daño que hacemos (y nos hacemos, y le hacemos a nuestro propio futuro). Es pan para hoy y hambre para mañana. Y ya va siendo hora que, como adultos responsables, nos empecemos a fijar más en las etiquetas, y menos en nuestros antojos.

Ante esto solo podemos hacer dos cosas: o actuar con una cierta responsabilidad y ética (algo difícil hoy, bombardeados como estamos por todas partes para que les compremos más y más y más a los chinos), u optar por el minimalismo, por la frugalidad, y apostar por comprar solo y solo lo que necesitemos y vayamos a usar. Seguro que ese dinero que ahorremos en dejar de comprar cosas chinas tendremos muchas mejores cosas en qué invertirlo. Por ejemplo, en un producto de calidad, incluso artesanal, europeo. Y si puede ser hecho en nuestro propio país, mucho mejor.

| Redacción: Duraderos